Para violonchelo y orquesta.
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La obra es un homenaje a los Selk’nam, la tribu que poblaba el sur de la Patagonia y la tierra del fuego, y de la cual la última sobreviviente murió en 1998. Esta cultura, hoy en dia borrada del repertorio de la humanidad, subsiste sólo a través de muy pocos documentos grabados y algunas pinturas rupestres. Voluntariamente no he querido exhumar estos fragmentos musicales para la escritura de la obra, me he cernido a crear un lenguaje que hubiese podido pertenecerles. Una relación al espacio sonoro, al universo armónico y tímbrico en el cual la emoción del sonido es la preocupación principal. De esta idea extra-musical (o extremadamente musical!) nace la dialéctica que establece la estructura de la pieza.
Mas allá de querer atraer la atención sobre una reflexión mística o filosófica, he querido poner el acento en el lirismo y la poesía, sobre la emoción.
Los principios de oposición y de complemento entre solista y orquesta están presentes a lo largo de toda la obra. La orquesta es muchas veces una imagen, una sombre, como una alucinación de la parte solista. Volviéndose autónoma, la sombra, emerge del mundo imaginario hacia el mundo real. Sombras reproduce, a través de la dialéctica solo/orquesta la forma de un ritual reinventado.